martes, 2 de junio de 2015

Actividad Voluntaria. La ratoncita Rosalina.

   
         Aqui os dejo otro cuento en prosa creado por mi, para que el ratoncito Pérez tenga compañía. En mi diálogo teatral, desarrollado en el bloque 4, Daniel se encuentra con el ratoncito Pérez y en este pequeño cuento ...
Para todas vosotras. ¡¡A disfrutarlo!!!¡Espero que os guste!!!!

  

La ratoncita Rosalina Pérez

                Rosalina era una ratoncita de color beige que vivía en un agujero de una de las paredes de la mansión bicentenaria de los Hamilton, en el centro de Londres.

         La familia de Rosalina había llegado a Inglaterra decenas de años atrás en un barco procedente de España buscando un lugar donde vivir en paz y en el que no hubiera escasez de alimentos. Cuando desembarcaron en el puerto de Londres, pensaron que aquella era una ciudad fría y gris, pero con el paso del tiempo se alegraron de haber emigrado a un país en el que los gatos brillaban por su ausencia y la comida brillaba por su abundancia.   
         Desde que se instalaron en La City, la vida les sonrío. Se acabaron los escobazos, venenos y trampas mortales... Vivían, por el contrario, en una tranquila calma. Por el día dormían a pata suelta y,  por las noches, salían a recoger los restos de la cena de los Hamilton.

         Pero para Rosalina, que era una ratona muy inquieta y curiosa, esa vida contemplativa que tanto admiraban sus hermanos, le parecía tediosa y aburrida. Así que una mañana, mientras su familia descansaba de no hacer nada, decidió aventurarse a dar un paseo por la casa.

         Se sorprendió al ver la luz del día, el alboroto de los despertadores, niños corriendo de un lado a otro de la casa peleando y preparándose para ir al colegio, cafeteras echando humo, tostadas saltando por los aires, olor a mermelada de naranjas amargas y a huevos revueltos, ruido de tacones, aroma a delicioso perfume y un sinfín más de experiencias para todos los sentidos que jamás antes había conocido pero que le estaban maravillando. 

         Cuando todos abandonaron la casa, excepto la Sra. Hamilton, la siguió hasta que llegó a una sala de la casa de aspecto totalmente diferente al resto. Paredes de espejos, sillones forrados de pieles de animales gigantes, grifos por doquier, botes de colores, enormes alcachofas de las que salía calor, brillantes y elegantes tijeras, tubitos de colores, pinchos, cepillos de múltiples tamaños y miles de otros extraños objetos que jamás había visto y cuyos nombres desconocía aún más.  

         Pero aquello acababa de empezar. En breves segundos, la sala comenzó a llenarse de mujeres y hombres que, después de saludarse cordialmente, iban ocupando diferentes asientos de aquella sala fascinante.

         Un equipo perfectamente uniformado y coordinado bajo las órdenes de la Sra. Hamilton, comenzó a echar agua sobre las cabezas de aquellas personas y, seguidamente, y sin parar de hablar, a cortar sus melenas con una gracia desbordante, a pintarlas de diferentes colores, a rizar las que estaban lisas y a alisar las que estaban rizadas.

         Aquel espectáculo fascinó a Rosalinda hasta tal punto que cada mañana bajaba a la misma hora para observar y aprender lo que veía allí, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón.

         Semanas después empezó a practicar lo que había aprendido con su familia. A su madre le arregló la melena, a su hermanita le cambió el color del pelo, a sus hermanos les hizo crestas y otros dibujos divertidos sobre sus colas y cabezas.

         Poco a poco, su fama atravesó los muros de la casa bicentenaria de los Hamilton y empezaron a venir ratones de todas partes, altos, bajos, gruesos, de la ciudad, del campo... Todos querían que Rosalina les arreglara sus cabelleras.

         Tal fue su fama que empezaron a llegar ratoncitos muy viejos, y otros menos viejos, que habían perdido el pelo, pidiéndole desesperadamente que les ayudara a recuperarlo.

         Rosalina pensó y estudió diferentes soluciones, pero no se le ocurría ninguna hasta que  le sobrevino una idea: cogería el pelo que cortaban en la peluquería de los Hamilton para hacer hermosas pelucas con los que disimular las calvas de los ratoncitos que acudían rogándole ayuda. Y ¡voila! Aquello fue una solución maravillosa que convirtió a Rosalina Pérez en la ratoncita peluquera más famosa del mundo.

         Tan famosa se hizo que un día recibió una carta del también famoso y apuesto ratoncito Pérez, el único roedor del mundo adorado por los niños pues se encargaba de recoger los dientes de leche que se les caían y dejaba a cambio un regalo debajo de sus almohadas mientras dormían.   

         Los dos se conocieron, se enamoraron, se casaron y desde aquel día fueron felices y comieron mucho queso.  ¡Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado!

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